José Cohen: «El fotógrafo es quien más vive la noticia»
«He sido testigo de grandes acontecimientos de la historia contemporánea de Venezuela. Nadie me puede venir a decir a mí que esto o aquello no sucedió, porque yo estuve allí. Y hay algo que pido todos los días, y lo pido de corazón cuando me levanto y acuesto: que cuando me muera, si existe otra vida, yo quiero volver a ser periodista, porque quiero seguir disfrutando de la profesión más bella del mundo», señaló José Cohen, destacado reportero gráfico, que a los 71 años se fue a realizar gráficas al cielo.
Cohen falleció en Caracas, luego de sufrir una enfermedad. Del seriado Así se hacía periodismo en un blog, la periodista Soraya Borelly Patiño, realizó un relato de vida de ese hombre, que en las últimas décadas era unos de los cargadores del Nazareno de San Pablo cada vez que lo sacaban en época de Semana Santa.
Veamos esta interesante y fructífera vida como gráfico, contada por el mismo protagonista: «Hoy cualquiera puede llamarse fotógrafo. Agarras una cámara, tomas la foto y listo. Un click al celular y la envías a cualquier parte del mundo. El fotógrafo de antes tenía que tomar la foto, pedirle a Dios que hubiera quedado bien, revelar el rollo en un cuarto oscuro, a ciegas. Procesar, ampliar y copiar. La transmisión de una foto en blanco y negro duraba 15 minutos, pero a color la cosa se complicaba, y todo eso en una máquina que hacía muchísima bulla.
«Desde el terremoto de Caracas en el año 67 he sido testigo de grandes acontecimientos de la historia contemporánea de Venezuela. He estado en conflictos internacionales. Nadie puede meterme cuentos, porque yo estuve allí.
«En esta profesión hay tantas cosas que uno ve, vive y te haces la pregunta ¿Cuál es la noticia que te pudo haber marcado? Dios me dirá el día que me muera: “Mira, ésta fue tu mejor foto, tu mejor trabajo”. Creo que puedo dar un poquito más. Estaré en el periodismo hasta que Dios quiera.
¿Cómo llegué al periodismo? Terminé mi primaria en la Escuela Nacional 5 de Julio y de allí me fui a estudiar a la Escuela Técnica Industrial del Norte, pero después me cambié al liceo Andrés Eloy Blanco en Catia en donde me metí al CURE, Comité Unificado Regional Estudiantil, el ala estudiantil de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. En una manifestación me detuvieron y me expulsaron del liceo. No pude seguir estudiando. Mi mamá, que en paz descanse, tenía un hermano que trabajaba en el Palacio de Miraflores. Mi tío habló con Luis Esteban Rey, segundo a bordo de la Oficina Central de Información, OCI, y me dieron la oportunidad de trabajar en la División Técnica. Ese favor me dio la oportunidad de transitar por un mundo hasta entonces desconocido para mí: el periodismo.
«En la OCI empecé como asistente de cámara. Mi trabajo era andar detrás del camarógrafo con un palito que tenía cuatro faros. El camarógrafo grababa la noticia y el periodista con una libreta anotaba. No había audio.Las cámaras eran marca Bolex de 16 m.m. Utilizaban unos rollos de 100 pies, 30 metros de película. El camarógrafo, el periodista y el asistente con el palo de luces a cuestas, que era mi caso, tenían que cubrir tres y hasta cuatro noticias con ese material. Después, con la llegada del Auricom, las cámaras grababan con sonido. Ya se podía entrevistar. Fui aprendiendo hasta que me pasaron al área de cine. Incluso, trabajé en un documental que ganó el Tequendama de Oro. ¿Cómo se llamaba? No me acuerdo. El alemán me está jodiendo (risas al hacer alusión a un chiste venezolano relacionado con el Alzheimer).
Por esa época Jesús Roselión, un excelente camarógrafo de cine, me dijo que yo tenía actitudes para ser camarógrafo y me recomendó hacer fotografía fija. El secreto de un buen camarógrafo –me dijo- está trabajar la fotografía fija, porque eso te dará el conocimiento de la fotografía. La vida me presentó entonces la oportunidad de cambiarme al departamento de fotografía. Allí me pulí con grandes maestros: Gilberto Fuentes, Domingo Ruiz Pérez, Roberto González, Heriberto Silva. Desde ese momento y hasta el día de hoy he trabajado en la fotografía fija.
«Las primeras cámaras que utilicé eran marca Rolleiflex, las más famosas de aquel entonces. Pesadas, con negativos de formato 120 para el público, pero para nosotros 6×6. Había otro tipo de cámara, las Espigrafic, de placas 4×5. Imagínate, tenías que cargar la caja de placas y una bolsa oscura para poder tomar la fotografía. Cuando terminabas el magazine, que te daba para dos tomas nada más, tenías que sacarle la película, guardarla en una bolsita negra para que no se velara y cargar otra vez con película virgen para tomar otra fotografía, ese era el sistema.
Después llegaron los FilmPack, que venían con 10 y hasta 16 placas. Se fue modernizando la fotografía hasta que se implantó el sistema 25 m.m., que se mantuvo hasta la primera década del Siglo XXI y fue sustituido por el sistema digital.
EL CUARTO OSCURO
«El fotógrafo de antes era integral. Tengo la dicha de decir que yo mismo preparaba mis químicos. Todas esas técnicas se han perdido. Estoy seguro que en mi biblioteca todavía conservo manuales para la preparación de reveladores y fijadores.
«Cuando comencé en la fotografía, en el año 66, se le compraba a la Kodak galones de químicos. Esa era la empresa líder en el mercado de suministro de productos químicos para la fotografía. Agarrabas una balanza con sus diferentes pesitas y comenzabas a pesar los gramos de lo que necesitabas. Metol, Hiposulfito, Hidroquinona. Recuerdo que el hiposulfito eran unos cuadros cristalinos, que diluidos en agua bajaba a una temperatura de -10 grados, y después le agregabas ácido acético.
«El secreto de la fotografía se escondía en el cuarto oscuro. Con la llegada de la tecnología el secreto se perdió. El cuarto oscuro era lo que su nombre denota: total y absoluta oscuridad. Era el sitio donde revelabas la película y copiabas las fotos. Trabajabas a ciegas, confiando en tus manos, en el instinto y en la costumbre de hacerlo una y otra vez.
«En una cubeta echabas el revelador. Allí metías el negativo y después agitabas esa cubeta. Con el tiempo llegaron las cintas, que eran una especie de placa dura parecida a las barras de gelatina que vendían antes y que mi mamá utilizaba para cocinar. Allí enrollabas el negativo y lo metías en un envase cilíndrico para luego agitarlo fuertemente. Posteriormente vinieron los espirales de acero, hasta que llegaron las nuevas técnicas de revelado, con máquinas, en las que metías el rollo por un lado y salía por otro completamente revelado.
Más equipaje y más bulla
«El fotógrafo es el personal que desde siempre le ha generado más gastos a las empresas periodísticas. En los viajes el equipaje era un maletero impresionante. En una maleta iba el laboratorio con la ampliadora, los químicos, papel fotográfico. En otra llevábamos las cámaras, los faros, los lentes, En otra, la más pequeña, nuestra ropa. El fotógrafo tenía que tener una habitación para él solo. Los baños de los hoteles los convertíamos en laboratorios. Le tapábamos las ventajas y las rendijas para que no entrara luz. La poceta nos servía de mesón para instalar la ampliadora.
Ah! Se me olvidaba la máquina que se utilizaba para transmitir las fotos. Yo tengo una guardada en mi casa. Hacía mucha bulla. No te dejaban dormir, porque cada vez que el tambor giraba emitía un bip mandando la fotografía. Cada transmisión duraba 15 minutos. Primero se enviaban las fotos en blanco y negro, y después el editor te decía “la número tal, la número tal y cual me las mandas a color”. En ese caso eran cuatro transmisiones de cada foto, porque era una para el negro, otra para el rojo, otra para el amarillo y la última el verde, cuatro colores. A los periodistas no les gustaba estar con nosotros, porque hacíamos mucha bulla. El fotógrafo era el que más trabajaba, siempre ha sido así. Al final de cada viaje siempre pedíamos un día más para hacer turismo o comprarle algo a la familia, o simplemente, esperando el avión para llevarte a otro sitio.
«Considero que la fotografía es la parte más hermosa del periodismo. El fotógrafo es quien más vive la noticia. En la fotografía de aquel entonces vivías el momento en que estabas haciendo la foto, la incertidumbre de saber si había quedado bien, después revelabas el rollo y el gran momento cuando tenías el negativo en la mano. Revisabas cuadro a cuadro. Después lo llevabas a la ampliadora y empezabas a proyectar el negativo sobre una lámina blanca, buscando el encuadre del positivo que querías obtener, la imagen que querías vender. Se la presentabas al jefe, obtenías la aprobación y después la veías publicada. Aquello lo disfrutabas mucho más y pensabas para tus adentros ¡Esto lo hice yo!
Con la llegada de la tecnología la magia se perdió. Ahora miras la gráfica en la pantalla de tu cámara digital y lo más que puedes hacer es llevarla a la computadora para hacerle algún arreglo. Con la ayuda del Photoshop a mis 66 años me puedo ver de 15 años, apuesto y galán (risas).
Después de la OCI me fui a trabajar a una empresa que se llamó Proyecto 66, la misma que hizo la primera campaña electoral del ex presidente Carlos Andrés Pérez. Ese señor si caminaba, corría, y yo detrás de él. Eso eran maratones todos los días. Yo puedo dar fe de que Carlos Andrés no se cayó en el charco, ese día él brincó, pero… Esa foto la hizo mi maestro Heriberto Silva, quien está vivo todavía. Yo no los acompañé en esa gira. Esa foto le dio la vuelta al mundo.
Después trabajé en el Ministerio de Obras Públicas, en la División Audiovisual. Heriberto Silva era el jefe, yo su adjunto. Con ese trabajo comencé a recorrer el mundo hasta mi último trabajo fijo en el diario El Universal, en donde estuve 17 años. Mi último jefe en fotografía fue Luis Bisbal. En la parte de redacción estaba Carlos Croes y Pedro Llorens. Hoy trabajo FreeLance.
Estar siempre informado para informar
Estudié la carrera de Comunicación Social en la UCV, pero no la terminé por la flojera de la edad, me quedé en la tesis de grado, a lo mejor antes de morirme la hago.
De esa época recuerdo mucho al profesor Rubén Chaparro Rojas, porque cada vez que llegaba al aula lo primero que preguntaba era: “Bachiller fulano de tal, ¿Cómo tituló hoy el diario tal?”. Todos se quedaban callados. Él decía que no podíamos salir de casa sin estar informados. Es el mismo consejo que le doy a las nuevas generaciones de periodistas. La cultura más barata que se puede adquirir es a través de un periódico. Claro, ahora los periódicos cuestan más que antes, pero yo recomiendo que prendan la tele y vean los noticieros, escuchen radio, infórmense, párense en un kiosco y lean los titulares, porque con ellos ya estás informado. Uno tiene que estar enterado de todo lo que pasa. Cosa mala es que te agarren fuera de base.
«Desde muchacho fui un ratón de radio. Vivía con uno de esos aparatos pegados a la pata de la oreja y sin embargo hace poco me rasparon con la muerte de Fidel Castro. Salí de casa temprano y estando en la panadería entró un amigo echador de broma y me dijo: “Se murió Fidel”. Yo no le creí, pero al llegar a la casa me enteré que la noticia venía rodando desde la noche anterior. Yo había salido de mi casa sin revisar las noticias. Me agarraron fuera de base.
«¿La especialización en la fotografía? Esa discusión siempre ha existido en el gremio. Reportero Gráfico o Periodista Gráfico. Yo considero que somos periodistas gráficos, por cuanto tenemos una educación más avanzada. Muchos han salido de las universidades, incluso, son profesores, otros entramos a la universidad gracias a convenios para obtener la especialización en Comunicación Social, y aunque, como es mi caso, algunos no se graduaron, cursamos las materias, tenemos el conocimiento académico. Los fotógrafos de hoy sabemos lo que estamos haciendo.
«¿Las fuentes? Cuando uno se dedica a la fotografía, debes ser fotógrafo de todas las fuentes, salvo sucesos y deportes, ellas son demasiado específicas, pero eso no es motivo para no cubrir otras fuentes.
«En la OCI, donde comenzó esta fiebre por el periodismo, aprendí que esta carrera hay que vivirla. El periodismo te enseña de todo. El periodista tiene que saber de economía, ciencias, leyes, de todo. El periodista debe poder hablar y discutir sobre diversos temas, porque debe estar constantemente documentado de lo que sucede dentro y fuera de su país.
Yo he estado en conflictos internacionales. Cubrí la caída de Anastasio Somoza en Nicaragua. Estuve en la liberación de la embajada norteamericana en Perú, cuando Fujimori comandó las acciones montado en un autobús. Tomé la foto de Joaquín Balaguer, ciego, colocando su voto en una urna electoral en República Dominicana. También le hice una foto al guerrillero nicaragüense Edén Pastora, el célebre Comandante Cero, cuando decían que estaba muerto. En ese entonces trabajaba con la agencia United Press International (UPI) y le tomé fotos a Pastora en pleno combate, cerca de Peñas Blancas, en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Por allí era que ingresábamos a territorio costarricense con el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Imagina el tubazo cuando regresé a San José y envié la foto. También estuve en Trinidad cuando dieron el golpe de Estado. Tengo para escribir un libro y todavía me faltan páginas.
«Recuerdo que me enviaron a Bogotá cuando el M19 secuestró la embajada de República Dominicana. En el aeropuerto me monté en un taxi y le dije al tipo que me dejara cerca de la embajada. El carajo me dejó justo en la puerta. No me había terminado de bajar cuando el tipo ya había arrancado y me dejó ahí solo. Un policía me apuntó y comenzó a interrogarme. Yo, todavía un tipo joven, le explicaba que era periodista, venezolano. Bueno, se armó el rollo. Me sacaron de ahí casi a patadas. No me quedó otra que ir a sentarme en una placita cercana. Entonces veo a unos muchachos que comenzaron a jugar fútbol. Saqué mi cámara y comencé a tomarles fotos. Ellos se me acercaron, me preguntaron para qué eran las fotos. Yo les explico que soy periodista y les pregunté por lo de la embajada.
-Eso fue feo, señor- me dijo uno de los muchachos.
-Nosotros los vivimos en primera fila, porque vivimos ahí en ese edificio- y lo señala con el dedo- Desde mi casa se ve para adentro. Esa gente tiene una bandera colgada de una ventana.
Sigo hablando con ellos y les pido que me inviten a tomar un café a su casa. Uno de ellos me llevó y me presentó con su mamá. Una familia muy bonita. Entonces le pido al muchacho que me lleve a la platabanda para hacerle la foto a la bandera. Subimos y comienzo a tomar fotos. Repentinamente los tipos guardaron la bandera, abrieron una puerta y salió un hombre apuntando hacia nosotros. De inmediato le mostré la cámara y un pañuelo blanco.
El tipo me hizo gestos con la mano para que esperara. De repente veo que van saliendo unas personas y caminando en fila india se acercaron a un asta e izaron una bandera. Yo hice la foto. Ok, todo tranquilo. Me meto. Bajo. Me tomo otro café. Hablo con el muchacho y cuando bajo las escaleras le doy de regalo 100 dólares. Agarré un carro y me fui a la oficina de la UPI en Bogotá. Ahí el jefe me formó un lío, porque no sabían en dónde estaba. Yo le respondí que estaba haciendo turismo antes de comenzar a trabajar. El tipo estaba arrechísimo. Revelé las fotos, las copié y se las puse en la mano. ¿Y esto qué es?, me preguntó. “El embajador de tu país izando la bandera del M19 en Bogotá. Esa foto la acabo de hacer yo”, le respondí. El tipo se quedó en una pieza. Se trataba de Diego Ascencio, embajador de EEUU en Colombia, una de los secuestrados, izando la bandera del M19. Esa foto le dio la vuelta al mundo.
«¿Noticia triste? La tragedia de Tacoa. Nunca había perdido tantos amigos y compañeros de trabajo en un mismo día. Jamás olvidaré ese domingo 19 de diciembre de 1982. Ese día estaba de guardia cubriendo deportes en el Estadio Universitario para El Universal. El juego entre Caracas-La Guaira comenzó a las 11 a.m. El incendio en Tacoa había estallado en la madrugada. Para allá enviaron a mis grandes amigos y compañeros Salvatore Venecciano y Carlos Moros. Ambos murieron ese día. A mitad del juego Delio Amado León suspendió la narración para informar a la fanaticada sobre el incendio en La Guaira. Como trabajaba también para la agencia UPI, pensé en acercarme y hacer unas fotos para ellos. Meses antes había hecho una pasantía en el Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal, cosa que me ayudó enormemente a afrontar los retos de mi profesión de fotógrafo y en esa ocasión no fue la excepción. Me fui al cuartel de bomberos y me monté en una unidad que estaba saliendo para La Guaira. El jefe me vio y me reclamó porque no estaba uniformado. “Hoy no voy como Bombero, sino como periodista coleado”, se me ocurrió decirle. De esa manera pude llegar hasta donde no pudieron llegar otros, al verdadero horror. Ya se había producido la segunda explosión, en donde murieron unas 160 personas, entre bomberos, rescatistas, periodistas y fotógrafos. El candelero estaba vivo en todo Tacoa, cual lava de un volcán bajando por las calles. Gente carbonizada. Hice las gráficas y aproveché otra unidad que subía a Caracas a buscar más refuerzos. Fui al periódico, revelé y entregué mi material del partido de béisbol. Recuerdo que le dije a Pedro Llorens que también tenía fotos de Tacoa y le expliqué por qué. Me las pidió, se las entregué y al día siguiente El Universal salió con mis fotos en primera página. Una alegría y una tristeza juntas.
«El 4 de febrero de 1992, cuando se produjo la intentona golpista de Chávez, yo estaba en mi casa acostado, viendo televisión. Vivía a dos cuadras de El Universal, en el Pent House del Edificio Tiuna, en la Avenida Fuerzas Armadas. Una de las ventanas del apartamento daba hacia San Bernardino. Desde la Comandancia General de la Marina se escucharon disparos, pero pensé que eran malandros de la Quebrada Anauco. Al rato me llamó Jorge Carles, quien por cierto ya murió, un amigo que trabajaba en la agencia France Press y vivía en La Carlota. “Algo está pasando aquí, porque hay muchos tiros por los lados de La Casona”, me dijo por teléfono. No había terminado de colgar cuando me llamó una amiga que vivía detrás de Miraflores y me dijo: “Aquí están tumbando el Gobierno, porque esto está lleno de militares”. Bajé soplado, amarrándome los pantalones. Mi cámara siempre estaba lista. Al comienzo fue cómico, porque mientras en Miraflores había un golpe de Estado en desarrollo los bares de la Avenida Urdaneta estaban full de gente bebiendo caña. Algunos me conocían y hasta me preguntaron cómo iba el juego (risas). Llegué a Miraflores y me conseguí con aquel lío. Vi unos soldados con brazaletes tricolores en la manga. “¿Y estos quiénes son?” Imaginé que eran los buenos, los que venían a recuperar el orden. Resultó que eran los golpistas, y yo estaba allí, al lado de ellos. Empecé a hacer mi trabajo. Fotos por aquí, fotos por allá. Había quienes me alertaban porque estaban disparando y me podían matar. Me fui al periódico y me conseguí a Carlos Croes y Pedro Llorens en la redacción.
«Pasé por el frente de sus oficinas y les dije: “Aquí traigo las fotos del golpe”, y ellos se echaron a reír. “Qué fotos del coño vas a traer tú”, me respondieron. Me metí al laboratorio, revelé, copié y se las puse en el escritorio. “¿Y tú estabas ahí?”, me preguntaron. “Sí, y sigo”, respondí y salí a hacer más fotos. Los tipos se quedaron boca abierta. Todo eso ocurrió en la madrugada. El periódico salió al día siguiente con el titular: “Rebelión militar” y mis fotos. En la tarde cuando entré al periódico mis compañeros me abrazaban y me felicitaban, porque con mi trabajo El Universal dio el gran tubazo.
«Cubrí El Caracazo, en febrero de 1989, y también el deslave de Vargas, en diciembre de 1999. No quisiera volver a ver tantos muertos juntos. Tengo muchísimas fotos, pero ni las veo. Todo aquello fue horrible.
«A lo largo de mi carrera he trabajado con muchas agencias de prensa internacionales. La experiencia me dice que ellas publican la foto que llega primero, así sea la más mala. Lo importante es cerrar con una foto, después meterán la mejor. Para el cierre, la primera foto siempre será la publicada. Hay que tomar en cuenta la hora del cierre de la agencia para la que trabajas y el huso horario.
«¿Qué pienso del periodismo venezolano del siglo XXI? Chávez acabó con los partidos políticos tradicionales. No hubo quien opinara sobre si algo estaba bien o mal y desafortunadamente los medios se convirtieron en partidos políticos defensores de la ciudadanía. Los periodistas se convirtieron en políticos y se concretó una clara identificación de los medios –impresos, audiovisual y radio- con toldas políticas. Considero que hay tres profesionales que no pueden tener identificación política alguna, porque se deben a un público: el deportista, el artista y el periodista.
«En los últimos 18 años, con el surgimiento de la llamada Quinta República, el periodismo venezolano ha tenido demasiadas desviaciones. Nuestra función primaria se desvió. La información, no importa si es de derecha o izquierda, debe ser tratada por la línea del medio. Yo soy de los que critico abiertamente a mis colegas, a aquellos que se hicieron ricos con Chávez y ahora con Maduro. No es lo mismo patear calle a estar en una estación de radio o canal de televisión fustigando. Quienes estamos en la calle, cubriendo el diario acontecer, somos víctimas de maltrato y violaciones, tanto del pueblo como la policía. Es muy fácil estar a favor o en contra del Gobierno tras un micrófono, en una cabina o estudio con aire acondicionado.
Lo difícil es estar en la calle viviendo la noticia. Yo pertenezco a la directiva del Colegio Nacional de Periodistas (CNP) y con propiedad puedo decir que los periodistas no tenemos protección. Todas las quejas y planteamientos en defensa de nuestro gremio se quedan en blanco y negro».