Colombia y la paradoja del gas como combustible de transición
Información IPS Venezuela
En Colombia, el gas natural ha sido considerado como un combustible clave para la transición energética. Aunque es una opción menos contaminante, sus impactos en la salud humana y el medio ambiente son innegables. Además, la limitada disponibilidad de reservas en el país pone en cuestión su viabilidad como alternativa energética a mediano plazo.
Hace décadas, la ciencia viene advirtiendo que son los combustibles fósiles la causa de la crisis climática. A lo largo de la historia, la industria del carbón, petróleo y gas ha sido responsable de más de tres cuartas partes de todas las emisiones históricas de dióxido de carbono desde la Revolución Industrial, como lo indica el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles.
El gas, aunque en teoría genera 40% menos de dioxido de cárboo (CO2) que otros combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, sigue siendo una fuente de gases de efecto invernadero altamente potente.
De hecho, el metano, que es su principal compuesto, se encuentra en segundo lugar después del CO2, y representa el 20% de las emisiones mundiales, según se indica el informe «¿Es el gas natural una buena inversión para América Latina y el Caribe?» , realizado por el Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas.
Camilo Prieto Valderrama, médico y profesor de cambio climático y salud ambiental, recalca que el metano es más dañino que el CO2 en términos de calentamiento global e insiste en que la categorización del gas como un «energético limpio» es un mito comercial.
«Termodinámicamente, todos los energéticos tienen un impacto ambiental», afirma Prieto.
Entre tanto, para Andrés Gómez, ingeniero de petróleos y coordinador para América Latina y el Caribe del Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles, se habla de “gas natural” porque se le ha hecho un lavado de imagen a este hidrocarburo, que es un combustible fósil.
“Solo tiene alrededor de 30% menos de emisiones de CO2 cuando se quema, pero, el gran problema es que buena parte del gas fósil, durante toda su cadena de extracción, hasta la llegada al consumidor final, como las casas, genera fugas”, explica.
Gómez puntualiza que “cuando el metano, que es el mayor componente del gas fósil, se libera sin quemarse, tiene un efecto 86 veces mayor que el CO2 en términos climáticos en un horizonte de 20 años”.
De hecho, el Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), ha indicado que para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C habría que reducir las emisiones de metano en 33 % para 2030.
“Todos los energéticos tienen un rol dentro de la transición, y en el horizonte de tiempo, desde todas las perspectivas de proyecciones de descarbonización, el uso del gas prácticamente desaparece como energético hacia el 2050, es decir, que la tendencia es que tenga una participación marginal”, explica Prieto.
A pesar de ello, “cerrar el grifo” del gas natural en Colombia, donde las principales emisiones no provienen del sector energético, sino de la transformación del uso del suelo, es un álgido debate.
El mito de la inocuidad del gas natural
A pesar de que el gas natural es una fuente de energía menos contaminante que el carbón o el petróleo, no está exento de problemas. En los últimos años se ha demostrado que las emisiones fugitivas de metano (filtraciones durante la extracción y transporte) son más elevadas de lo que se creía, lo que aumenta su contribución al cambio climático.
Además, la combustión del metano tiene efectos perjudiciales sobre la salud pública, como el desarrollo de enfermedades respiratorias y el cáncer de pulmón, además de las que están relacionadas con la contribución al calentamiento global, como los golpes de calor, o la exposición a los rayos UV por el daño a la capa de ozono.
“Si uno mira todos los fósiles, en general son responsables de 5.3 millones de muertes al año en el mundo. Aunque, obviamente, con la adecuada gestión del riesgo y ventilación en las casas, el gas natural es mucho menos agresivo que quemar leña”, explica Prieto.
En cuanto al impacto al medio ambiente, para Prieto es clave resaltar que, aunque el metano, principal componente del gas natural, solo vive en la atmósfera 12 años, su proceso de degradación en la atmósfera genera grandes impactos.
“Desde el principio el metano tiene un comportamiento de gas de efecto invernadero por su interacción con los infrarrojos, es decir, que retiene calor, pero cuando se transforma mediante la acción de los iones hidroxilo, también produce CO2, y este vive en la atmósfera alrededor de 200 años”, agrega el experto.
Entre tanto, para Gómez, que hoy usemos hornillas o calentadores de gas para el agua si es algo problemático, no solo por las fugas de metano, sino porque este genera emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx) todo el tiempo, una mezcla de gases que afecta las vías respiratorias y los bronquios.
“Esto es algo de lo que no se habla a menudo por el lobby que tiene el gas”, indica el experto.
De hecho, agrega, «cuando se compara la capacidad de generar efecto invernadero entre el CO2 y el metano (CH4), este es muchísimas veces peor que el dióxido de carbono, y cabe aclarar que este sale sin quemar por cuenta de la cadena extractiva del gas fósil”.
En el informe de Naciones Unidas también se enfatiza en que el gas sólo es “natural” cuando se mantiene bajo el suelo. Cuando se libera a la atmósfera es peligroso y tóxico. De hecho, los datos del informe sugieren que el gas natural no es un combustible de transición, sino una regresión.
“Al menos 21 toxinas han sido identificadas en el gas natural sin quemar, incluyendo el benceno, un carcinógeno que daña las células blancas y rojas de la sangre en el cuerpo humano. Las estufas de gas emiten niveles de metano mucho más altos de lo que se pensaba inicialmente, incluso cuando están apagadas. Cocinar con gas también libera sustancias tóxicas que afectan la salud y están vinculadas incluso con causas de cáncer», dice el informe.
El documento basado en un estudio realizado en Boston, Estados Unidos, indica que «aunque el gas natural está instalado en muchos hogares de América Latina y el Caribe, existe evidencia suficiente para comenzar de manera urgente una transición ordenada hacia las energías renovables para la generación de electricidad, incluyendo la cocina y la calefacción”.
Asimismo, el Global Methane Assessment, realizado por la Coalición del Clima y el Aire Limpio, indica que si se redujeran las emisiones de metano en 45 % en esta década, se evitarían 260 000 muertes prematuras, 775 000 visitas al hospital relacionadas con el asma, 73 000 millones de horas de trabajo perdidas por calor extremo y 25 millones de toneladas de pérdidas de cosechas al año.
“El gas, inofensivo, no es. Otra cosa es que somos altamente dependientes, pero hay que salir de él como energético. Se puede seguir usando, pero no para quemarlo, sino para transformarlo en estructuras que permitan reutilizar, como en el caso de agroquímicos como la úrea, para la que se necesita metano”, indica Prieto.
El potencial del gas natural en Colombia
Colombia ha sido históricamente autosuficiente en cuanto a gas, pero las reservas se están agotando, y para 2025, el país podría enfrentar un déficit de 7 % en su capacidad para atender la demanda nacional.
Ante este panorama surge la disyuntiva de seguir produciendo gas nacional o recurrir a la importación. Pero importar gas no es una opción fácil ni económica, dado el complejo escenario geopolítico y los costos asociados y, además, resultaría ser una opción mucho menos amigable con el medio ambiente.
Según el estudio de Tendencias y Perspectivas del sector Petróleo y Gas en Colombia, con corte a agosto de 2024, en el país los nuevos descubrimientos son insuficientes para reponer las reservas de petróleo y gas que se consumen.
El estudio, elaborado por la Asociación Colombiana del Petróleo y Gas, exceptúa los proyectos costa afuera que, según se indica, tienen una alta prospectividad para el gas, pero debido a que se encuentran en etapa de delimitación y evaluación, se consideran recursos contingentes.
“Para el caso del gas natural, la situación es crítica pues las reservas vienen decayendo progresivamente. Desde 2012, año en el que el país logró el máximo nivel de reservas, estas han caído en 58 %”, indica el informe.
Además, el índice de reposición de reservas promedio de los últimos 10 años (2014-2023), es de 25 %, es decir, que de cada 10 pies cúbicos que se producen, 2,5 nuevos pies cúbicos se adicionan, o en otras palabras, se está descubriendo menos gas del que se produce y consume.
A pesar de este panorama, para Alejandro Castañeda, presidente ejecutivo de la Asociación Nacional de Empresas Generadoras (Andeg), los combustibles fósiles y el gas natural seguirán siendo esenciales para el país porque, según dice, aún no existe una tecnología que sea capaz de reemplazar la generación térmica o el uso de combustibles “de la noche a la mañana”.
A su juicio, el papel de las renovables en Colombia es ir llenando el hueco para cubrir las necesidades adicionales de la matriz energética, por eso asegura que el energético de la transición sí es el gas.
“El gas da la confiabilidad que no dan las fuentes renovables, así como otros usos en cuanto a energía eléctrica y transporte, y frente a los otros hidrocarburos crece porque tiene menos emisiones de CO2. Entonces, ¿por qué la negación a ese tema? Además, Colombia tiene una matriz eléctrica muy limpia, y la térmica soporta la hidráulica cuando no la tenemos”, argumenta Castañeda.
Para este líder del gremio de las energías térmicas no habrá una eliminación total de los combustibles fósiles y prevé que el gas natural se siga usando al menos hasta 2050. Al menos, así lo indican las proyecciones del descubrimiento de pozos en el mar Caribe colombiano.
“¿Por qué nosotros si tenemos carbón, gas y petróleo nos vamos a negar la oportunidad de seguirlo sacando, ya sea para exportar o consumir? La humanidad lo va a seguir usando, el tema al final del día es qué tecnología somos capaces de hacer para mitigar y cancelar las emisiones”, indica Castañeda.
Ello pese a que la deforestación es el principal problema ambiental que tiene Colombia relacionado con el CO2 y el calentamiento global.
Sin embargo, compensar las emisiones de CO2 que producimos no elimina el hecho de que somos uno de los países más vulnerables por los efectos de la crisis climática.
“La atmósfera no conoce de límites territoriales, y hoy se saca petróleo y carbón de Colombia para que lo quemen en otro lado, lo cual nos sigue afectando indirectamente a nosotros, por eso hay que generar acciones que realmente impliquen que generemos una salida de los combustibles fósiles», afirma Gómez, quien también es investigador.
A su entender, «al decir que emitimos poco estamos admitiendo que otros generen mucho y eso nos genere afectaciones, además de seguir dependiendo económicamente de esos países”.
Por su parte, Luisa Fernandada Umaña, investigadora y experta en temas de energía y justicia climática, explica que el discurso de la compensación se basa en una falsa equivalencia.
“No se pueden comprar las emisiones intensivas que se generan cuando se explota, por ejemplo, un pozo petrolero, con la captura que hace el proceso biótico de un árbol. Además, ¿qué tan posible es la compensación en un modelo que consume intensivamente fósiles?”, afirma.
Cabe resaltar que esta discusión también está enmarcada en la necesidad de mantener los límites planetarios y de sostener la vida en el planeta, donde el gas no es compatible con esto.
Colombia y el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles
En medio de este debate es importante tener en cuenta que Colombia se adhirió al Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles durante la cumbre de cambio climático (COP28) en Dubái, en diciembre de 2023.
Dicho tratado procura la eliminación gradual de la extracción de petróleo, gas y carbón, la aceleración de la adopción de energías limpias y la diversificación económica para abandonar los combustibles fósiles.
El tratado sugiere que se debería detener la aprobación de nuevos proyectos de extracción de petróleo, gas y carbón de forma inmediata. Esto incluye no autorizar nuevas minas, perforaciones o infraestructuras de combustibles fósiles, lo que ya está ocurriendo en Colombia.
Según ACP, Colombia cuenta con cerca de 300 convenios y contratos firmados con la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), de los cuales, a junio de 2024, solo 90 se encuentran con fase exploratoria en ejecución, y representan 46 % de las áreas asignadas.
Entre estos últimos hay 110 pozos exploratorios pendientes de ser ejecutados (todos compromisos contractuales). Según el informe de ACP, estas obligaciones deberán cumplirse entre 2024 y 2030, es decir que, sin nuevos incentivos a la exploración, a 2030 se vislumbra el final de la actividad exploratoria en el país.
El documento puntualiza que la baja exploración no permitirá incorporar las reservas suficientes para garantizar los recursos energéticos y fiscales que el país necesita.
Si ha habido exploración, pero pocos hallazgos
El informe Declinación de nuevos descubrimientos de petróleo y gas en Colombia, elaborado por Censat Agua Viva y el Consejo Permanente para la Transición Energética Justa, habla de que en los últimos años, Colombia sí ha aumentado su margen de inversión en descubrir nuevos pozos, pero estos no han aumentado significativamente.
“Si analizamos los escasos datos sobre gastos de exploración de hidrocarburos en Colombia (no se cuenta con acceso público a información anterior a 2014; solamente con la publicada por la Asociación Colombiana de Petróleos), podemos observar que entre 2003 y 2014 se han hecho las mayores inversiones (…) Si completamos el vacío de información graficando los que podrían ser los gastos en exploración anteriores a 2014 (datos de pozos exploratorios desde 1998) con los descubrimientos, evidenciamos que estos han sido marginales”, indica el informe.
“Lo que podemos ver es que no hay una tendencia variable, en realidad hay una tendencia de declinación. Los descubrimientos cada vez son de pozos más pequeños y de menor rentabilidad o duración. Son energías extremas, estamos invirtiendo muchísimo más para sacar mucho menos”, indica Umaña.
“Colombia no es un país petrolero, no tenemos reservas importantes de hidrocarburos y eso es una condición geológica. En Colombia se explotan hidrocarburos desde 1918 y como sucede en todo el mundo, los yacimientos de mayor tamaño son los primeros que se encuentran. En términos de gas este ha sido el de Chuchupa (Costa afuera) y Ballenas (La Guajira) que se descubrieron en los 80 y terminan generando que se construya una infraestructura de gasoductos y se vuelva un negocio para las petroleras que lo encontraron”, agrega Gómez.
La ilusión de las reservas de gas en el Caribe colombiano
Hoy, la esperanza del futuro de la producción de gas en Colombia está puesta en aguas ultraprofundas del mar Caribe, donde existe un yacimiento en el que se calculan reservas de cuatro terapies cúbicos (TPC) de gas.
Esos yacimientos tienen un volumen superior al de las actuales reservas probadas del país, que están alrededor de 2,82 terapies cúbicos, con capacidad para abastecer la demanda nacional hasta el 2042, e incluso, se plantean posibilidades de exportación.
Pero, “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Los expertos consultados coinciden en que realizar este proyecto implica tener en cuenta importantes aspectos económicos y ambientales.
“Los proyectos gasíferos offshore, costa afuera, significan muchos riesgos económicos tanto para Ecopetrol como principal accionista, como para el costo final del gas. No estamos hablando de pozos como en Chuchupa, porque la diferencia es que estos se encuentran en aguas ultra profundas, una especificidad técnica que sí es nueva en la infraestructura colombiana, lo que significa grandes inversiones”, explica Umaña.
“En los pozos de Chuchupa, que se descubrieron en los 80, la distancia entre la superficie del agua y el lecho marino es de entre 30 y 50 metros. Pero estos pozos De Puple Angel y Gorgon (frente a las costas de Antioquia y Córdoba), tienen una lámina de agua de 2400 metros», agrega Gómez.
Es decir, agrega, «hay que tener unos equipos gigantescos para poder llegar allá y, además, generar una infraestructura de tubería y facilidades de extracción que conecten con el gasoducto. Eso implica que la tarifa del gas sería cinco veces más cara a como lo tenemos hoy, o promover muchos subsidios”.
“El pozo Komodo 1, que está mar adentro, en La Guajira, es el más profundo que se pretende perforar en la historia, y tiene una lámina de agua de 4.000 metros. Eso lo detuvo el Ministerio de Ambiente porque no se sabe que hay allí, qué tan importante es esa vía o cuáles son las afectaciones”, asegura Gómez.
Además, según el estudio Perspectivas del gas en Colombia, elaborado por el International Institute of Sustainable Development y el Consejo Permanente para la Transición Energética Justa, la demanda de los campos de Gorgón y Uchuva, en el Caribe colombiano tendrían una declinación rápida, aproximadamente habría gas hasta 2050.
La paradoja del uso del gas en Colombia
A pesar de los mencionados estudios, Castañeda indica que desde hace 20 años se sabe que Colombia tiene un gran potencial para extraer gas natural, “pero, para sacar ese potencial hay que seguir trabajando, firmando contratos y explorando para materializar la expectativa de reservas. Hay estudios de que Colombia tiene entre 30 y 70 terapies cúbicos de gas enterrados que se pueden utilizar”.
La gran preocupación es que, actualmente, Colombia no ha logrado reemplazar las reservas de gas y la situación es compleja porque, para 2025, ya no habría suficiente gas en el país para atender parte de la demanda residencial, industrial y comercial.
Por su parte, Prieto agrega que no producir más gas natural podría ser una mala decisión. “El gas provee energía en firme y aunque se vaya reduciendo el consumo del gas, todo el modelamiento, sobre todo para producir energía eléctrica, se va a necesitar”, dice.
Según el informe Análisis sobre la situación del gas natural y su rol en la transición energética en Colombia, elaborado por el Natural Resource Governance Institute, actualmente existen más de 10,5 millones de familias, 5.600 industrias y 200.000 comercios distribuidos en gran parte del país que utilizan este energético.
Para Prieto, teniendo esto en mente, “decidir no usar más gas nacional y preferir el gas importado es una pésima decisión a la luz de las repercusiones ambientales”.
“Actualmente, solo hay dos fuentes para impulsar el gas, que son Estados Unidos y Venezuela. Hoy Venezuela no es técnicamente viable, pero si lo fuera, sería el país que tiene la mayor intensidad de emisiones del mundo por producción de barriles de petróleo y gas», explica Prieto.
Por otro lado, añade, «los barriles que produce Estados Unidos, que son de gas licuado, tienen un proceso energético que implica tener que congelar el gas y luego descongelarlo, y luego traerlo en un buque por el océano”.
“Sí, el gas natural tiene un impacto ambiental relevante, pero podría tener peor impacto si se toman decisiones inadecuadas… Es una paradoja terrible porque tenemos una dependencia de un energético que tiene impacto ambiental, que tiene impacto sobre la salud pública, pero se está dando el peor escenario para soltarlo, que es reemplazarlo por otro que tiene más impacto ambiental”, enfatiza el médico ambientalista.
Por su parte Alexandra Hernández, directora ejecutiva de Ser Colombia, las Asociación de Energías Renovables del país, admite que, en el marco de una diversificación energética, importar gas va a generar un “gran dolor de bolsillo” que no debería ser así, teniendo en cuenta que “Colombia ha sido bendecido con una historia de autosuficiencia de gas”.
“También se puede decir que el gas se puede tener al 100%, las 24 horas, pero, ¿a qué costo? El gas es mucho más caro, importado o producido, va a ser mucho más caro, y tampoco está disponible. ¿Entonces vamos a someter al país a que tenga que importar en medio de las tensiones en Rusia y Ucrania y toda la geopolítica mundial del gas?”, indica Hernández.
Sin embargo, la directora de Ser Colombia también es consciente de que el gas es un recurso finito. “Que hay mucho, es otra cosa, pero no son infinitos ni están disponibles. El gas está enterrado, hay que sacarlo, desarrollarlo, transportarlo”, agrega.
Entre tanto, para Umaña, aunque el gas sí es muy eficiente en términos de su capacidad térmica y de combustión, si se compara eso con las perspectivas económicas, se puede poner en cuestión su eficiencia.
“El gas no puede ser combustible de transición porque no es económico, no constituye un puente, nos sumerge más en un margen de dependencia porque se amplía la misma demanda en lugar de diversificar y nos lleva a un punto de límite en cantidad de reservas, lo que para entonces va a ser mucho más costoso de lo que es ahora”, dice la investigadora.
Advierte que “cuando vamos a ver para quién es ese gas, en realidad, mucho menos de la mitad es para el sector residencial, que es solo de alrededor de 19 %».
«En realidad, gran parte de ese uso del gas se utiliza en el mismo sector petrolero… Lo realmente importante es pensar para qué se está utilizando el gas y cómo ese camino tiene un tinte democrático”, advierte Umaña.
Además, la experta agrega que, incluso por costos, hoy son más competitivas otras tecnologías enfocadas en energías limpias y alternativas, que pueden suplir parte del uso del gas en la demanda eléctrica.
Para Gómez, “la transición del gas debería ser lo más pronto posible, porque no tenemos. Es una realidad más allá de los argumentos ambientales. Esto implica acelerar en los sectores el reemplazo de este combustible, en donde más se utilice, por ejemplo las centrales energéticas”.
Este artículo se elaboró con el apoyo de Climate Tracker América Latina.