Arte y Cultura

Margot Benacerraf: una inmortal de la cultura venezolana

Por: Luis Jesús González Cova

Este miércoles 29 de mayo, en horas de la mañana, se dio a conocer la muy lamentable muerte de Margot Benacerraf, figura capital de la cinematografía venezolana e insigne gestora cultural que legó a nuestro país nada menos que la creación de la Cinemateca Nacional, hace ya 58 años, entidad encargada, entre otras cosas, de salvaguardar el patrimonio fílmico venezolano.

La luctuosa noticia se difundió en redes sociales por medio de un obituario que publicó la familia de la realizadora, en el cual se informó del velatorio preparado ayer mismo en la Quinta Beit Joseff, en la urbanización caraqueña de San Bernardino y su posterior sepelio, en horas de la tarde, en el Panteón de la Sociedad Israelita de Venezuela, en el Cementerio del Este, Caracas.

No se dieron a conocer las causas precisas de la muerte, pero ya tenía la avanzada edad de 97 años y además padecía de diabetes, una enfermedad que, tal vez por algo de vanidad, prefería mantener en secreto, según comentó al Correo del Orinoco una fuente que prefiere el anonimato.

Miriam Margot Benacerraf no fue una realizadora muy prolífica, sin embargo, sus obras resultaron lo suficientemente contundentes como para dejar una profunda huella en la historia del séptimo arte venezolano en particular y latinoamericano en general. En ese sentido, la creadora de la actual Fundación Cinemateca Nacional fue, en el cine, el equivalente a Juan Rulfo en la literatura latinoamericana. El mexicano, con solo dos libros publicados, la recopilación de cuentos El llano en llamas y la novela Pedro Páramo, le alcanzó para convertirse en uno de los grandes escritores en lengua hispana del siglo XX.

En el caso de la caraqueña, nacida en agosto de 1926, fueron Reverón, un documental realizado en 1952 que intenta mostrar la mezcla de locura y genialidad creativa del pintor Armando Reverón, desplegada a lo largo de un día, y Araya, una obra inclasificable. Incluso su propia autora se negaba a etiquetar como documental, aunque usualmente se la trata como tal, en la cual se ofrece una ventana a la cotidianidad de los trabajadores de las salinas, los pescadores y pobladores de la península de Araya de aquel entonces.

Este último filme, explicó en varias oportunidades la realizadora, es más bien una dramatización, pero con la participación, en lugar de actores, de personajes reales interpretándose a sí mismos.

EL PODER DE LA PINTURA

LA IMPORTANCIA DE LA SAL

Si bien Reverón es considerada una obra maestra y tuvo importantes reconocimientos como el premio al mejor documental en el Festival de Películas de Arte, en Caracas, y el premio a la mejor película venezolana en el Festival de Cine Cantaclaro, además de proyectarse en la principal fiesta del cine de Berlín, en 1953 y ser seleccionada para transmitirse en la inauguración del Studio Etoile en París, fue Araya la que la consolidó, en 1959, en escenarios internacionales, como una aquilatada cineasta, prestigio que se extendió al séptimo arte venezolano en general.

Los principales reconocimientos obtenidos con esta obra fueron, en el Festival Internacional de Cine de Cannes, el premio de la Crítica Internacional (Fipresci), compartido con Hiroshima, mon amour de Alain Resnais, y, en el mismo certamen, el palmarés de la Comisión Técnica Superior del Cine Francés.

Sin embargo, estos premios no dicen tanto como el contexto en el cual los recibió. En esa misma edición del principal certamen francés de cine internacional, se encontraban verdaderos dioses del Olimpo de la historia del séptimo arte, como el propio Alain Resnais, Luis Buñuel, François Roland Truffaut, Roberto Rossellini y Zoltán Fábri, entre otros, además, fue en ese evento que “incursionó por primera vez la Nueva Ola Francesa”, según la enciclopedia libre Wikipedia.

Luego, el filme se proyectó en varios de los más prestigiosos escenarios mundiales del cine y a partir de ahí se forjó su carácter de película de culto del público cinéfilo en Venezuela y el mundo. Además es hoy en día título obligado en muchas escuelas de cine.

Por otra parte, su legado más importante, por el impacto en el ámbito cultural de nuestro país y su valor a futuro, fue la creación de la Cinemateca Nacional, una idea que, vista en retrospectiva, le da aún más valía a su primera película, Reverón, porque gracias a este filme la caraqueña conoció a Henry Langlois, el fundador de la Cinemateca francesa.

“Fue una gran amistad. Él se dio cuenta de que a mí me interesaba no solo hacer películas, sino hacer que la gente amara el cine, y desde el día que me conoció, estuve 13 años asistiendo con él a las reuniones de la FIAF (Federación Internacional de Archivos Fílmicos). Así que tuve esa formación antes de fundar la Cinemateca venezolana. Me llamó Miguel Otero Silva para decirme que habían fundado el Inciba y pasé a ser la directora general, en el año 65, y ahí vi la posibilidad de fundar la Cinemateca. Me puse, trabajé, peleé. Empezamos con dos funciones diarias. Fue una época de mucha angustia. Al cabo del año empezó el público a venir. Los tres primeros años fueron de una gran intensidad. Fui a una reunión en Chile y nadie creía que podíamos mantener ese ritmo. La Cinemateca jugó un papel muy importante en el despertar del cine nacional”, contó la realizadora a la periodista Rosa Raydán, en una entrevista publicada hace siete años en el diario Ciudad CCS.

LO QUE NO FUE

También gracias a Reverón, Bencaerraf conoció a Pablo Picasso, con quien también forjó una gran amistad. La relación fue tal que la caraqueña, por petición del artista plástico, comenzó a filmar un documental sobre el malagueño, proyecto que se truncó, por problemas personales del pintor.

Igualmente, de acuerdo al testimonio de la cineasta en la ya citada entrevista, fue solicitada por García Márquez, gracias al éxito de Araya, para llevar al cine una adaptación del cuento La increíble y triste historia de la cándida eréndira y su abuela desalmada, proyecto que no cuajó con ella (fue llevada al cine luego por el brasileño Ruy Guerra).

“Él (Garcia Márquez) vio Araya, me buscó y me dijo que tenía una idea de una abuela gorda y de una niña en la Guajira, y que él creía que yo era la persona que debía hacer esa película. En esa época estaba en el Inciba y en la Cinemateca, y dejé todo. Fue una experiencia muy dolorosa. Era una película que exigía mucho, muy costosa. Yo quería una producción fuerte que me respaldara y me puse a tocar puertas con el guion. Hoy te presentas con un guion de García Márquez y te arrancan el brazo, pero en ese momento a la gente le parecía una cosa absurda. Y cada vez que conseguía un coproductor europeo, me decía que no filmaba en América Latina. Me ofrecían el sur de España, pero yo pensaba que la película perdería toda su belleza”, le contó la realizadora a Raydán.

Como ya mencionamos, Margot Benacerrarf tenía algo de vanidad. Nunca se casó y no tuvo hijos. Y así como no quería que nadie supiera sobre su diabetes, tampoco le gustaba que le dijeran señora (y mucho menos doña), a menos que fuera en francés. De ahí que el título del documental sobre ella, realizado por Jonathan Reverón, estrenado en 2018, se titule Madame Cinemá.

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