Deporte

Con José Visconti, la iglesia perdió un cura pero ganó un periodista

Por: Eduardo Chapellín

A seis años de su partida un Día de Reyes, José de San Martín Visconti Heras todavía es recordado por colegas del mundo deportivo y cientos de alumnos que recibieron sus clases, siempre llenas de interesantes anécdotas.

Nació en Caracas el 30 de diciembre de 1948 y muchos lo recuerdan por sus aportes al periodismo deportivo en las áreas impresa, radio y televisión, aunque también si viviera, fuera un verdugo en las denominadas redes sociales.

Sin embargo, el popular “Joseíto” era un hombre de fe desde niño. Y prueba de ello fue que a los trece años ingresó al Seminario Interdiocesano de Caracas en parroquia La Pastora, con la intención de formarse como cura. Sin embargo, no lo consiguió y en 1968 se inscribió en la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

No por esto dejó de estar vinculado fuertemente al mundo de la religión católica. La iglesia en Venezuela le profesaba admiración y mucha confianza. De ahí que en 1985, cuando el papa Juan Pablo II visitó nuestro país, Visconti fue el encargado de animar el encuentro realizado en el estadio Universitario de Caracas, ante más de setenta mil jóvenes católicos.  

Este caraquista hasta la médula también formó parte de la comisión oficial que acompañó al Pontífice durante su gira latinoamericana, que culminó en una segunda visita al país en 1996.

Por supuesto que publicó un libro de sus experiencias con el papa Juan Pablo II. Pero los papas no terminaron ahí y en 2014 publicó Francisco: El Papa de los pobres, sobre la vida y obra del padre argentino Jorge Bergoglio, y su camino hasta convertirse en el papa Francisco.

Como “Joséito” sabía que yo no era muy devoto de los curas, me decía algunas veces: “Eduardito, tienes que tener fe en algo”.

A lo que le respondía: “Si le tengo fe a los verdaderos amigos como tú”.

Espero que sus conversaciones teológicas en el cielo con estos papas y otros miembros con sotanas, sean muy nutritivas, ya que su mente y espíritu siempre estaban abiertos a cambios razonables.

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