Magnitud de represalias de Israel sobre Gaza cambia tablero internacional
Guillaume Long, analista sénior de políticas en el Centro de Investigación en Economía y Política,
en Washington, y exministro de Relaciones Exteriores de Ecuador.
Información IPS Venezuela
Uno de los resultados del brutal ataque de Hamás contra Israel y del castigo colectivo de Israel a los civiles palestinos en la franja de Gaza, y cada vez más en Cisjordania, ha sido volver a situar el conflicto palestino-israelí en el primer plano de la política mundial.
Pero, ¿fomentará la guerra de Israel contra Gaza una reacción internacional que pueda aislar a Israel o dar lugar a llamamientos más enérgicos en favor de una solución política? ¿Puede cambiar algo esta última llamada de atención internacional al maltrato de la población palestina? ¿O volverá Israel a atravesar esta crisis sin inmutarse?
Los últimos años no han estado marcados por la solidaridad activa de la mayoría de los Estados con los palestinos. El colonialismo de los colonos israelíes no ha dado muestras de desaparecer y, por el contrario, ha seguido invadiendo tierras palestinas sin control bajo la reciente oleada de gobiernos de extrema derecha en Israel.
Una cierta fatiga política internacional al tratar un conflicto de baja intensidad, a menudo desplazado por la urgencia de otras crisis mundiales, ha hecho que la causa palestina haya ido perdiendo parte de su anterior atención a nivel internacional.
En los últimos años, además, Israel ha invertido muchos esfuerzos en mejorar sus relaciones bilaterales con una serie de Estados anteriormente hostiles, sobre todo en Oriente Medio y el Norte de África.
Los Acuerdos de Abraham normalizaron las relaciones de Israel con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos en 2020. Más recientemente, Israel y Arabia Saudí, alentados por Estados Unidos, han estado afinando el tan cacareado «acuerdo del siglo», que ahora parece descartado.
Incluso el gobierno turco, con sus vínculos históricos con la Hermandad Musulmana, había disminuido significativamente su hostilidad hacia Israel, sin duda en comparación con el tono combativo adoptado por el presidente Recep Tayyip Erdoğan en 2010, antes de que la guerra en Siria y otras preocupaciones urgentes significaran que la causa palestina dejara de ser una prioridad en Ankara.
De hecho, Turquía nombró un nuevo embajador en Israel, entre muchos rumores de estrechar lazos, el día antes del atentado de Hamás del 7 de octubre.
También en África -una región históricamente simpatizante con la lucha palestina- Israel había venido haciendo incursiones significativas. Tras la caída de Al Bashir en 2019, Israel normalizó sus relaciones con Sudán.
También restableció recientemente relaciones diplomáticas con Chad, y ha firmado importantes acuerdos integrales de cooperación con Nigeria, Ruanda, Kenia y Costa de Marfil, entre otros, con la esperanza de emular las buenas relaciones que Israel mantiene con Etiopía, Ghana y Uganda. Israel fue incluso invitado a convertirse en Estado observador de la Unión Africana, pero la decisión fue revocada cuando Argelia y Sudáfrica se opusieron, lo que provocó un gran revuelo diplomático en la cumbre de la Unión Africana de Addis Abeba de febrero de 2023.
El último giro a la izquierda en América Latina supuso que la región volviera mayoritariamente a un mayor compromiso con la autodeterminación palestina.
En América Latina, los sentimientos propalestinos se habían disparado durante y tras las guerras de Gaza de 2008-2009 y 2014, y la mayor parte de la región se inclinó después de 2010 por reconocer la condición de Estado de Palestina dentro de las fronteras de 1967.
Pero las posturas pro Palestina se invirtieron drásticamente con la llegada al poder de gobiernos de derechas en varios Estados latinoamericanos entre 2015 y 2019. Alentados por la administración de Donald Trump en Estados Unidos, estos gobiernos adoptaron posturas radicales a favor de Israel.
El último giro a la izquierda en América Latina supuso que la región volviera mayoritariamente a su tradición multilateralista de mayor compromiso con la autodeterminación palestina antes de la guerra de Gaza de 2023.
Esto se traduciría en firmes respuestas latinoamericanas al ataque de Israel a Gaza, con Colombia y Chile retirando a sus embajadores en Tel Aviv; Bolivia rompiendo relaciones; y Brasil, con un presidente «Lula» Da Silva más moderado desempeñando el papel de avezado estadista y mediador mientras su país preside el Consejo de Seguridad de la ONU, elevando gradualmente el tono de sus condenas.
A diferencia de Estados Unidos, Europa Occidental y el grueso de la OTAN, tanto China como Rusia reconocen la condición de Estado de Palestina, dentro de las fronteras de 1967 y con su capital en Jerusalén Este.
Pero ninguno de los dos Estados ha hecho de la defensa de los derechos palestinos un aspecto destacado de su política exterior en los últimos años.
A pesar de algunas tensiones por los vínculos de Rusia con Irán y durante la guerra de Siria, Israel ha procurado mantener en general buenas relaciones con Rusia, aunque la guerra de Ucrania haya enturbiado la históricamente buena relación entre el primer ministro Benyamin Netanyahu y el presidente Vladimir Putin.
China, por su parte, ha sido el segundo socio comercial de Israel, y con relaciones lo suficientemente buenas como para que el South China Morning Post proclamara que «los estrechos lazos económicos de Israel con China funcionaban bien… hasta el conflicto de Gaza».
India -fiel a su legado nehruviano de no alineación y a la solidaridad de Indira Gandhi con la OLP (India fue el primer Estado no árabe en reconocer a la OLP)- también reconoce la condición de Estado de Palestina.
Pero el país se ha acercado significativamente a Israel desde la propuesta del primer ministro PV Narasimha Rao en 1992. El apoyo de Israel a India en su guerra de Kargil contra Pakistán en 1999 desempeñó un papel importante en este cambio radical.
En la última década, el primer ministro Nerendra Modi, al tiempo que mantenía la tradicional postura multilateralista de India, ha ido aún más lejos, convirtiendo las estrechas relaciones con Israel en una parte simbólica de la hostilidad de su proyecto político tanto hacia los musulmanes del país como hacia el histórico enemigo pakistaní. India es ahora el mayor comprador de armas israelíes del mundo.
De los Brics, Sudáfrica ha seguido siendo el más sólidamente partidista en su denuncia permanente del apartheid israelí.
La magnitud de las represalias de Israel sobre Gaza lo cambia todo, por supuesto. Los gobiernos del mundo árabe, del Sur Global y de otros países han denunciado la matanza masiva de civiles inocentes por parte de Israel, las violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos básicos. Alentados además por la creciente marea de la opinión pública, muchos han formulado enérgicas condenas de lo que algunos han calificado de crímenes de guerra israelíes.
Pero Israel conserva mucho apoyo entre la derecha política de varios países, así como en algunos medios de comunicación importantes. E Israel también ha sido capaz de movilizar eficazmente a una sociedad civil mundial que le apoya activamente. La noción del baluarte occidental israelí en Medio Oriente, en el contexto del creciente temor a la menguante influencia global de Occidente, prospera mucho en los círculos conservadores.
Y la noción de que «Israel es el antídoto contra la decadencia de Occidente» domina ahora también el discurso de la extrema derecha. Incluso en Europa, donde las raíces antisemitas de la extrema derecha son profundas, la islamofobia y la resistencia a la inmigración han adquirido un lugar destacado en los sistemas de creencias de la extrema derecha en los últimos años.
Una pregunta crucial es, por tanto: ¿cómo responderá el centro político? Dicho de otro modo, ¿qué discurso prevalecerá? ¿Dónde acabará Europa -por ejemplo, donde sectores significativos de la opinión pública son pro-palestinos y donde la clase política está más dividida sobre esta cuestión que en Estados Unidos-?
¿Seguirá la clase política dominante el camino propugnado por la acérrima presidenta proisraelí de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen? ¿O se unirán las principales voces europeas al llamamiento del ex ministro francés de Asuntos Exteriores Dominique de Villepin para que Occidente «abra los ojos»?
Sugerir que ambas partes tienen la misma culpa no es una postura defendible.
El renovado vasallaje de Europa hacia Estados Unidos, desde que comenzó la guerra en Ucrania, no augura una posición verdaderamente independiente en el conflicto Israel-Palestina.
Por otra parte, los riesgos de una reacción violenta de su propia opinión pública también podrían orientar a Europa hacia una vía diplomática más prudente, que requiere necesariamente críticas más serias a Israel.
Ya estamos viendo cómo los políticos modifican lentamente sus posiciones iniciales a medida que aumenta el alcance de las masacres israelíes, y en el contexto de las encuestas de opinión pública y las protestas que reflejan descontento.
El llamamiento del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, a una conferencia internacional de paz sobre Medio Oriente y su insistencia en la necesidad de «encontrar por fin una solución de dos Estados» puede parecer tibio o incluso anacrónico, pero no deja de ser un bienvenido recordatorio de que en la raíz de toda esta violencia se encuentra un conflicto político sin resolver.
La respuesta de la comunidad internacional y su apoyo a una solución política dependerán en última instancia del alcance de la indignación pública. Y esa indignación depende de cuánto más esté dispuesto Israel a avanzar por el camino de su actual violencia contra la población civil.
En anteriores conflictos entre Israel y los palestinos, el número de muertos palestinos ha sido mucho mayor que el de israelíes. En la última guerra de Gaza de 2014, murieron 67 soldados israelíes y 6 civiles israelíes, mientras que perecieron 2251 palestinos, 60% de ellos civiles, según el CDHNU.
En la actual guerra de Gaza, el número de muertos palestinos asciende ya a casi 10 000 de los que 40 % son niños, superando con creces en número a los más de 1400 israelíes muertos en el ataque de Hamás.
La matanza de civiles inocentes en represalia por el ataque de Hamás no puede justificarse y se considera un crimen de guerra, así como una violación de numerosos tratados y leyes internacionales.
Históricamente, Israel ha podido mantenerse firme incluso en el contexto de una condena internacional generalizada porque ha contado con el apoyo incondicional de Estados Unidos.
Es poco probable que ese apoyo cambie pronto, aunque cabe señalar que la opinión pública ha ido cambiando lentamente en la cuestión palestino-israelí e incluso en contra del apoyo incondicional de Estados Unidos durante varios años; y el conflicto actual ha llevado por primera vez a decenas de congresistas del partido del presidente a estar en desacuerdo con él, pidiendo un alto el fuego cuando la administración no lo deseaba.
También está claro que si esta masacre se intensifica aún más, incluso Estados Unidos podría verse en la necesidad de estirar su descarado unilateralismo pro-Israel hasta niveles sin precedentes. Y esto podría dañar la posición de la administración tanto con el público nacional, sobre todo con su base demócrata, como con la comunidad internacional, con China y Rusia cosechando los beneficios de tal aislamiento.
Para Israel, la posibilidad de una victoria militar pírrica con un posible resultado político dramático es, por tanto, muy real. Puede que al gobierno no le importe. Después de todo, Israel ha experimentado mucha hostilidad internacional en el pasado.
Pero no puede ignorar que las consecuencias de sus acciones ya están entre nosotros. Tras un prolongado paréntesis, la cuestión de Palestina vuelve a estar firmemente sobre la mesa, con muchos de los logros diplomáticos de Israel ahora en la balanza.
Puede que sea la escala de la violencia letal y la limpieza étnica de Israel lo que determine si, esta vez, la difícil situación palestina desaparecerá de la vista tan fácilmente como lo ha hecho tantas veces en el pasado.