Lo espeluznante y lo mágico: Miss Mongolia arrasó en la sala Cabrujas
La primera función fue accidentada. Un diluvio azotó a Caracas durante la tarde del viernes y la ciudad se paralizó casi por completo. Mucha gente, aún queriendo, aún tras haber reservado y pagado su entrada con semanas de antelación, no pudo llegar a tiempo, pero, entre aquellos que pudieron ver el estreno de Miss Mongolia, comenzaron a circular los comentarios. «Es increíble». «Me reí como nunca». «Me encantó». «Lloré». «Quiero verla otra vez».
Parecía que la cosa iba en serio. Ya Tomás Marín, fundador de Fereteatro y autor y director de la obra, me lo había advertido: «Si “De la violencia” (ópera prima del grupo escénico, estrenada en enero y también de su autoría) te gustó, Miss Mongolia te va a volar la cabeza».
Así que el sábado fui a verla. El día, como pidiendo disculpas por lo de la jornada anterior, estaba radiante. A las 4 y 10 de la tarde se abrieron las puertas de la sala. No cabía un alma, y aún seguía y seguía llegando gente. Un vals de tintes sombríos, salpicado de algunos diálogos de la obra, nos recibió. La atmósfera era densa, extraña. Un juego de luces rojas y azules (guiño, quizás, a la bandera de Mongolia) bañaba el escenario en el que un par de personajes, sumergidos en el más sepulcral de los silencios, uno con una sonrisa y el otro con expresión inquieta, permanecían sentados. El público se acomodó y esos mismos personajes, acabada la música de bienvenida, dieron comienzo a la primera de las ocho fábulas.
Creo que los relatos de Miss Mongolia, sus historias minimalistas y directas, concisas y rápidas, se podrían dividir en tres categorías: las que hacen reír, las que conmueven y las que hacen temblar. El problema está en que muchas de ellas logran esos tres efectos al mismo tiempo, volviéndose casi imposibles de clasificar. Miss Mongolia es como un juego de túneles, como una pequeña casa de las ilusiones en la que cada habitación está repleta de puertas que aguardan sorpresas; algunas oscuras, otras divertidas y otras maravillosas.
Siendo sincera, no soy capaz de elegir una sola pieza con la cual quedarme. Todas son potentes y poderosas. Un muchacho estudioso y educado pide cortésmente a su vecino que sea más considerado con el volumen de la música que coloca, un abreboca aparentemente inocente que, sin dejar de recurrir al humor, se revela sutilmente como una historia macabra. Una muchacha trastornada y sádica reclama, mediante la sangre y la ironía, una vida que le fue negada. La tercera pieza, protagonizada por dos personas en situación de calle, fue una de las que más me llegó, es la que revela el porqué del título general de la obra y, siendo una de las más graciosas, es una auténtica cachetada, una denuncia social de primer nivel, un llamado a despertar. La cuarta, sin duda, fue una de las favoritas del público. Podría ser la que más resume el carácter tragicómico y único de Miss Mongolia: un padre agonizante y su hija resentida abren viejas heridas mediante diálogos que incluyen eslóganes publicitarios. La quinta, desternillante, cuenta la aventura de dos músicos perdedores que dan, por una casualidad casi surrealista, con la melodía más preciosa de la historia. La sexta, que arrancó lágrimas a más de uno, nos presenta a dos hermanos esperando la muerte de su padre durante la víspera de año nuevo. La séptima, hermosa y sobria, narra la odisea y la confrontación entre un taxista y su elegante pasajera tras un accidente terrible. Y la última, la más tenebrosa, nos traslada a la mente de una pequeña niña y su relación con una especie de amigo imaginario pesadillesco, maligno y manipulador.
Las actuaciones (Daniel Brito, Nicole Pedreiras, Vanessa Lentini y Ángel Peña) fueron espectaculares, más aún tratándose de actores tan jóvenes que consiguieron ser capaces de transmitir tanto y de dar absolutamente todo sobre el escenario, conectando con el público y llevando como de la mano a los espectadores por una serie de emociones más parecidas a un sueño que a una obra de teatro. El trabajo de dirección fue impecable y dio como resultado, con este talentoso elenco, una obra que está dando y dará aún más de qué hablar.
La encargada de llevar “Miss Mongolia” a la realidad más allá de lo actoral, de convertir esta obra en algo palpable, fue Aldhana Navarro, un joven talento emergente que desempeña magníficamente su papel como productora general de Fereteatro, colectivo que, en poco más de un año de existencia, tiene en su haber dos exitosos montajes y muchas ganas de seguir, como afirmó el director sobre el escenario, “reconquistando espacios para el teatro alternativo, para un teatro que impacte y que mueva”.
Una excelente noticia en relación a esto es que Miss Mongolia tendrá una segunda temporada, esta vez en la sala La Viga, uno de los espacios más respetados y queridos dentro del circuito teatral de la ciudad de Caracas. Esta maravillosa obra de teatro, formada por “ocho fábulas de rencores, encantos y delirios”, es, sin duda alguna, una propuesta excelente y fresca en la cartelera caraqueña. Invitamos a seguir al grupo en sus redes @fereteatro para estar al tanto de sus pasos y de nuevas propuestas en esta cruzada por las bellas, realmente bellas, artes.