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Román Chalbaud se fue a filmar al cielo

Por: Eduardo Chapellín

“Eso nunca pasa por mi cabeza. Es ahora, por tu pregunta, que me recuerdas que uno nunca sabe cuánto vivirá ni tampoco cuando vamos a morirnos”, señaló en la oportunidad de llegar a sus nueve décadas de existencia el cineasta Román Chalbaud, quien falleció a los 91 años, pero dejando un gran legado en cine, televisión y teatro.

La información la suministró el Ministro para la Cultura, Ernesto Villegas Poljak. Por lo menos dos   proyectos quedaron a la espera. Uno es la cinta Muñequita linda, basado en la pieza teatral de Luis Britto García, que supuestamente se estrenará este año; mientras debe estar engavetada una obra de teatro que escribió Chalbaud sobre Simón Bolívar: “Tendrá 18 personajes y será un solo acto. Durará como hora y media. Estoy dedicado a eso. El tema lo tenía hace como tres años, pero la pandemia aceleró el proceso creativo. Eso sí, no faltará el personaje de Santander (risas)”.

No se preocupó por sumar más años a su existencia, por lo que recalcó en una entrevista al Correo del Orinoco: “Eso nunca pasa por mi cabeza. Es ahora, por tu pregunta, que me recuerdas que uno nunca sabe cuánto vivirá ni tampoco cuando vamos a morirnos”.

A pesar de su salud y con noventa años encima, Villegas acotó que «hasta hace poco, con 90 años, dirigió algunas escenas del rodaje de su última película, Muñequita linda, donde recibió apoyo de sus compañeros y discípulos del cine venezolano».

Chalbaud nació en el estado Mérida un 10 de octubre de 1931, fue presidente del Instituto Latinoamericano de Teatro (ILAT), fundador del Nuevo Grupo y ha sido laureado con los premios nacionales de teatro (1984) y de cine (1990).

Estudia en el Teatro Experimental de Caracas y después toma un curso de dirección con Lee Strasberg, en Nueva York. Inició su carrera cinematográfica a comienzos de los años cincuenta, como asistente de dirección del realizador mexicano Víctor Urruchúa, quien realizó en Venezuela dos filmes: Seis meses de vida y Luz en el páramo: “De él aprendí la disciplina”.

Caín adolescente (1959), fue su primer largometraje en una adaptación de su primera obra de teatro. Entre 1955 y 1958 fue director artístico de Televisora Nacional, (Canal 5), labor que se interrumpe por razones políticas. En 1969 se reincorpora al medio televisivo, esta vez en Radio Caracas TV, donde permanece hasta su renuncia, en 1982.

Son emblemáticas sus cintas como El pez que fuma (1977) y Cangrejo (1982), por citar dos, pero también destacaron La oveja negra (1989), Pandemonium (1997), premio de Mejor Película en La Cita (Cines y Culturas de América Latina) de Biarritz, en 1999; Cuentos para mayores (1963), La quema de Judas (1973), Sagrado y obsceno (1975), El rebaño de los ángeles (1978), Carmen la que contaba 16 años (1980), La gata borracha (1983), Manón (1986), Cuchillos de fuego (1990) y Días de poder (2010), entre otras.

En una entrevista con EFE en 1997, Chalbaud reconoció la influencia que tuvo sobre él el director español Luis Buñuel, al mostrarle que “el cine no solo era diversión, sino que también se trataba de un lenguaje con el que se podían decir cosas serias”.

EN TELEVISIÓN

La televisión no le fue ajena dirigiendo numerosas producciones, tales como El cuento venezolano televisadoBoves, el Urogallo, sobre la novela de Francisco Herrera Luque; La trepadora de Rómulo Gallegos; la telenovela La hija de Juana Crespo, de José Ignacio Cabrujas, Salvador Garmendia e Ibsen Martínez, Sacrificio de mujerLa DoñaJoseph Conrad (miniserie, 1991), y El asesinato de Delgado Chalbaud, todas para la extinta RCTV.

También se recuerdan las telenovelas El perdón de los pecados (1996), Amantes de luna llena (2000), Guerra de mujeres (2000) y Las González (2001), en Venevisión. También la serie Amores de barrio adentro, de Rodolfo Santana, por Tves.

Desde su primera pieza teatral, Los adolescentes (1951), asegura que “uno siempre está presente como individuo y toma cosas de tus experiencias para escribir. Una obra de teatro o cine es como parir un hijo, no sabes cómo te va a salir. Y muchas veces te sorprendes ante lo que tú haces. Mis obras son mis hijos. No hay bastardos, son todos legales (risas)”.

De ahí que de las obras teatrales que escribió, “casi todas tienen detalles autobiográficos. Uno siempre está presente. También de cada obra que montas, al mismo tiempo que la haces estás aprendiendo del proceso, inclusive ahora que voy a cumplir 90 años… Uno sabe, pero no se sabe lo suficiente y uno inventa más, aún a la edad que tengo”.

Cuando le inquirimos sobre cuál de sus 25 piezas teatrales le gustaría volver a ver montada, no dudó en decir: “Todas (risas). De los montajes que he visto de mis obras algunos me gustaron, otros no. Le digo a la gente lo que sinceramente pienso. A veces se acercan a lo que yo planteo… O también le encuentran otra esencia con puntos de vista que yo no había visto como autor y me gustan”.

No todo ha sido dirigir sus obras, también le tocó dirigir a otros autores como García Lorca (“me encanta”), Arthur Miller (Panorama bajo el puente), José Ignacio Cabrujas e Isaac Chocrón: “Por lo general a Chocrón y Cabrujas siempre les gustaba los montajes que hacía de sus piezas. Estábamos en la misma sintonía y todo era muy positivo”.

Este merideño les mostraba sus obras a Cabrujas y a Chocrón, con quienes integró la denominada “Santísima Trinidad”, como los apodaron desde los sesenta: “Ellos me daban luces a veces. Y así debe ser, porque si te doy mi obra es para que me digas lo bueno y lo malo. Que te den sugerencias, que te digan ¿por qué no haces tal cosa? Es lo lógico entre amigos y compañeros autores. Casi siempre las acotaciones eran en la parte técnica, pero los textos se respetaban”.

Consideraba que su teatro también reflejó su rebeldía “contra lo que estaba pasando y no estaba de acuerdo. Todas mis obras tienen un poco de rebeldía”.

Señaló que Los ángeles terribles (1967) fue la obra que más tiempo le tomó escribir, más de un año, pero esa vez agregó que no tenía que encerrarse siempre para escribir: “A veces las ideas me surgían en cualquier sitio. Por lo menos, la película Manón (1986) la concebí toda en los médanos de Coro, cuando buscaba un sitio para filmar exteriores”.

Tampoco se consideraba “un director tirano. Escucho sugerencias, como no, pero si son buenas las acepto. Sería estúpido no escuchar, aunque sí he visto directores tiranos que no permiten nada. No soy así, soy muy amplio, muy amplio y colaborador. Trabajo en equipo”.

EN LOS BARRIOS

Este merideño vivió desde los ocho años en Caracas. Fue criado por su abuela y su mamá, quienes fueron las primeras en meterlo en el mundo de las películas, llevándolo a los cines del centro como el Rialto, Ayacucho y Principal. En una entrevista hace dos décadas a la revista Venezuela Analítica, acotó que vivir desde niño en barrios populares del centro de Caracas, cerca de El Nuevo Circo y después en la plaza Capuchinos, frente al barrio El Guarataro, lo ayudaron a tener un enfoque más social, lo que plasmó en su producción teatral y cinematográfica.

Podemos leer en el citado trabajo: “Estos lugares son importantes para comprender su obra, porque él creció rodeado de situaciones y personajes populares de zonas marginales en una ciudad que a partir de la década de los cuarenta del siglo XX se modernizó gracias al petróleo. En esos barrios conoció la marginalidad de los caraqueños y fue testigo del aluvión de migrantes de la provincia que invadió la ciudad, él uno de ellos. Son la materia prima con la que construyó la poética de la marginalidad de su teatro”.

Aún sin descubrir el teatro, iba todos los días a los cines de barrio cuando vivía en San Agustín y cuando se mudaron a Capuchinos, “un barrio humilde. Ese era mi mundo. Siempre supe que yo quería dedicarme a eso. Y como director y escritor, no como actor. A mí se me realizó el sueño, la fantasía infantil”.

El vivir en barrios populares le permitió tener la experiencia de la marginalidad y la pobreza: “Participar en los templetes del Carnaval, disfrazado de El Zorro o de dominó y ver los disfraces y las negritas me desarrollaron una mirada solidaria con ese mundo de realidad y fantasía. Esa mirada tierna yo la tengo sobre todo el mundo, no solamente sobre los humildes y los marginales. Esa es mi mirada del mundo, lo que pasa es que me interesa mucho más escribir sobre estos personajes porque para mí son más ricos, los conozco mejor; eso fue lo que viví en mi infancia y adolescencia. A lo mejor si yo hubiera vivido una vida de clase media alta, escribiera sobre la clase media alta, o sobre los ricos”.

En el mismo trabajo señaló que conocer la marginalidad en su andar cotidiano por los botiquines y bares de mala muerte de las zonas donde vivió también incidió en su obra: “Siempre encontraba algún borracho que era un poeta frustrado y ahora me doy cuenta de que esa es una figura recurrente en mis películas y obras de teatro. Esos tipos que no llegan a ser nada, que se emborrachan y babean sobre una mesa”.

A PONERLE

Volviendo a la entrevista que le realizamos, tanto en las tablas como en el séptimo arte, señalaba que “cuando tomas el texto o guion de otro uno le pone mucho de sí. Y eso no quiere decir que irrespetes al autor, sino que pones mucho de tu parte, de tu imaginación para que lo que estés montando se luzca, pero que tenga tu personalidad. Eso sí, aunque dirijas a tu estilo algo, siempre puede haber algo más”.

El Pez que Fuma (1977) es la obra que más le piden para montar en Venezuela y el exterior, no solo en las tablas, sino en el cine, “pero en este caso casi siempre digo que no, porque ya las he filmado o las voy a filmar. Prefiero hacerlo yo. Y siempre me piden mis clásicos. En México me propusieron montar El Pez que Fuma, pero dije que no, porque no me gustó la gente que iba a hacerlo. Sin embargo, no estoy negado a que alguien monte una obra mía en cine o teatro”.

Recomendaba siempre a los noveles que se le acercaron, que “estudien y hagan cine o teatro. Hay que hacer en vez de especular. Toda la gente que me ha rodeado y ayudado son también autores de mi obra. No solamente los actores, son los técnicos, los camarógrafos. Todos son muy importantes, son autores”.

LEÍA DE TODO

No estaba negado a escribir o dirigir monólogos: “Lo que prefiero es una obra que me guste, no importa que tenga un personaje o diez. No importa el número de personajes. Eso sí, nunca me he inspirado en escribir un monólogo de personajes conocidos. No me lo he propuesto, aunque si sale uno lo haría”.

Ya como espectador, Chalbaud señalaba que no fue selectivo con otros creadores nacionales y extranjeros: “Yo siempre iba o voy a lo que se monta si puedo”.

A Chalbaud también le encantaba leer, ya que le abría los sentidos y lo estimulaba en su creatividad: “Son muchísimos libros (risas), pero hay algunos que siempre me vienen a la memoria. Uno es La odisea de Homero. La leí de niño y me despertó la imaginación de una manera increíble. Me dejó las ganas de seguir leyendo”.

Doña Bárbara de Rómulo Gallegos fue otra selección. “Para mí fue importantísima su lectura, porque me sumergió en la realidad del país y el poder”.

Consideraba que toda la obra de William Shapeskeare debe ser leída por teatreros o no: “El drama, la comedia, las pasiones marcan sus piezas. Sin embargo, Hamlet y también Otelo son esenciales por las pasiones que transmiten. Son universales”.

Del ruso Fedor Dostoyevski destacó también lo clave de toda su obra: “Hay poesía, a pesar que explora la psicología humana en un complejo contexto político, social y espiritual. Su principal libro es Crimen y castigo”.

Admitió que le gustaban mucho los autores densos y que le exigián como lector. De ahí que consideró que El siglo de las luces, del cubano Alejo Carpentier, “es una lectura que te atrapa desde la primera página”.

Cerramos con una reflexión de Román Chalbaud sobre la religión, citada en Venezuela Analítica:Tengo fe en el ser humano. A pesar de todas las cosas que pasan, yo creo en el ser humano. Hay mucha gente buena. Y en lo otro, bueno, la verdad, no sé si creo, es un poco a lo Buñuel: gracias a Dios soy ateo. Si te digo que no creo en nada te mentiría, pero si te digo que creo también mentiría. Yo sé que hay algo que no sé muy bien cómo es. De lo que sí estoy seguro es que no es un señor con barba y la Virgen María con esos mantos. A mí me horroriza la iconografía católica”.

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