Trump y sus aranceles de la conmoción y el pavor
Jomo Kwame Sundaram, profesor de economía y antiguo secretario
general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha vuelto a acaparar la atención mundial al imponer arbitrariamente aranceles exorbitantes al resto del mundo. Recuerda que Washington sigue mandando, que su objetivo es hacer grande a Estados Unidos otra vez (Maga, en inglés) y que así garantiza su «Estados Unidos primero», a costa de todos los demás.
¿Día de la Liberación?
Su anuncio del 2 de abril, al que llamó el Día de la Liberación, desencadenó una especulación desenfrenada sobre la forma final de su propuesta, sus implicaciones, su significado y sus probables repercusiones, no solo para el futuro próximo, sino también para mucho más allá.
Desde entonces, el mundo se ha esforzado por comprender mejor las intenciones del presidente de proteger sus intereses. Esto también ha provocado muchas conversaciones sobre la gestión del ajuste y la mejora de la resiliencia.
Conmocionados por su abandono unilateral del acuerdo de libre comercio revisado y renegociado durante la primera fase de Trump, sus vecinos norteamericanos -Canadá y México- fueron los primeros en comprometerse públicamente.
Más recientemente, la irónica respuesta recíproca de China le dio a Trump otra excusa para intensificar aún más sus mal llamados «aranceles recíprocos».
Con poco que perder, incluso antes de los últimos aranceles de Trump contra China, Beijing le dijo «No» al burlonamente llamado «emperador naranja», desplazando el impacto de la manufactura a la agricultura.
Solo las grandes economías se atreven a tomar represalias. Sin embargo, debido a su geopolítica, incluidas las demandas de Trump de un reparto de costes más equitativo en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), parece improbable una respuesta de la Unión Europea (UE) lo suficientemente contundente.
Muchos dan prioridad a la alianza occidental, mientras que unos pocos prefieren otras opciones. Sintiendo el silencio de los corderos , Trump se ha regodeado ante el flujo constante de líderes extranjeros «que vienen a besarme el culo» , según dijo literalmente.
El fetichismo arancelario de Trump
El anuncio de los aranceles no estaba escrito en piedra. Queda por ver hasta qué punto la base de apoyo de Trump, especialmente la élite empresarial estadounidense, logrará revisar sus medidas.
Es poco probable que responda positivamente a la oposición del exterior o incluso dentro de Estados Unidos. Los aranceles estarán sujetos a procedimientos legales y legislativos durante algún tiempo, incluso después de que entren en vigor.
La disidencia de algunos republicanos del Senado sugiere que el legislativo Congreso de Estados Unidos puede rechazar los aranceles por considerarlos una infracción significativa de sus prerrogativas constitucionales.
Anunciados como órdenes ejecutivaso decretos, están sujetos a escrutinio judicial. Por supuesto, la Casa Blanca tendrá que reconsiderar qué batallas librar y cuáles ceder sin que parezca que lo hace.
Cada vez es más probable que se alcance un compromiso para salvar la cara entre el Congreso controlado por los republicanos y la Casa Blanca. De este modo, la atención puede desviarse al extranjero hacia objetivos preferidos como China e Irán.
Otros países, especialmente los Brics (fundados y encabezados por Brasil, Rusia, China y Sudáfrica), también pueden ser golpeados para salvar las apariencias . El presidente puede entonces afirmar que hizo todo lo posible para Maga, pero que fue frustrado por opositores conectados con el exterior.
Mientras los críticos de Trump están haciendo hincapié en sus revisiones, concesiones, enmiendas y aplazamientos posteriores, la mayor importancia de su anuncio radica en otra parte.
Divididos caemos
Este Trump 2.0, tras su primer cuatrienio entre 2017 y 2021, dictará los términos del compromiso de Estados Unidos con el mundo. Ya ha recordado a todos que es El Gran Disruptor. Descartando la cooperación como algo propio de perdedores, el propósito de su equipo es menospreciar a los demás.
El presidente ha subvertido la Organización Mundial del Comercio y todos los acuerdos comerciales negociados por Estados Unidos, excepto cuando mejor sirve a sus intereses. Ha anunciado que invocará selectivamente el multilateralismo y el Estado de derecho para servir mejor a sus intereses preferidos.
Aunque todos los países europeos se verán afectados por los aranceles de Trump, cada uno se verá afectado de manera diferente. Por lo tanto, será difícil desarrollar una posición europea fuerte y unificada. Esto disuadirá a otras agrupaciones regionales y plurilaterales de emprender acciones colectivas.
De un plumazo, Trump recordó al mundo que Estados Unidos sigue siendo el número uno y que va en serio. Los críticos pasan por alto su propósito y estrategia al desestimar sus métodos y tácticas como transaccionales, estúpidos o irracionales.
¿Método para la locura?
El presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump, Stephen Miran, ha ofrecido una justificación económica para la Trumponomía 2.0. Argumenta que el mundo debe pagar por los bienes públicos globales que Estados Unidos ostensiblemente proporciona, especialmente el gasto militar.
También subraya que Estados Unidos está haciendo un favor al mundo al permitir que el dólar estadounidense sirva como moneda de reserva mundial. Ignora cómo se gana este derecho económico de señoreaje y el exorbitante privilegio de poder emitir deuda al resto del mundo sin tener que pagarla.
Su llamado Acuerdo de Mar-a-Lago, el ostentoso complejo turístico que posee en el estado de Florida, pretende ofrecer más estabilidad financiera a través de la vinculación de la moneda al dólar estadounidense y acuerdos relacionados con la moneda digital, que requieren flujos de pago al Tesoro de los Estados Unidos y a la Reserva Federal.
Trump ha prometido reformas fiscales aún más regresivas para los superricos que financiaron generosamente su campaña de reelección. Como antes, esto quedará oculto por algunas desgravaciones fiscales para la clase media .
El cambio de una fiscalidad directa potencialmente progresiva a una fiscalidad más indirecta ya ha comenzado, con los aranceles propuestos que afectan a las compras de importaciones de mercancías.
¿Una nueva política industrial?
Los aranceles no pueden simplemente reactivar de la noche a la mañana una producción abandonada hace tiempo. Los primeros puestos de trabajo en el sector manufacturero estadounidense se perdieron debido a las importaciones y a la automatización de los procesos de producción.
La reactivación de las capacidades productivas abandonadas creará principalmente empleos precarios. La prometida «fortaleza de Estados Unidos» atraerá algunas inversiones, principalmente para el limitado mercado interno, pero no puede transformar al país en la potencia manufacturera mundial que fue en su día.
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Los recientes esfuerzos de relocalización han resultado vergonzosamente infructuosos.
Esto ha quedado claro con las dificultades de la reubicación forzosa del principal fabricante mundial de semiconductores (taiwanés) a Estados Unidos.
El giro de Trump hacia la política industrial es más retrógrado que progresista. Busca salvar antiguas capacidades no competitivas en lugar de impulsar nuevas inversiones, tecnología, capacidades productivas y competencias potencialmente competitivas.
Además, la inversión y el fomento de la tecnología requieren políticas de apoyo, especialmente en recursos humanos, investigación y desarrollo, que se ven cada vez más socavados por los recortes del gasto público impulsados por su por ahora «gran aliado», el multimillonario Elon Musk.